En Ushuaia estaba mal considerada por la productora de guano. Michaela aportaba el hediondo sedimento como asociada honorífica. Semi-líquido, masivo y grisáceo. El clásico residuo que enamora y que vende. Perfecto en el mundillo. La empresa hacía conocerse por su nombre "la vida suelta" y por estar en el culo del mundo. Pero la excrecencia de nuestra amiga alada cambio, sin más, de color. De una forma irreversible e inapropiada. Ya era tarde para intentar convencer. El producto genuino perdió calidad. Regurgitar arenques fermentados no era suficiente. Tenía que pagar el precio de su osadía. Las puertas se cerraron. Michaela alzó el vuelo en dirección a vientos menos huracanados, en su cabeza palpitaba ya la intención de deglutir su ira sin cagarse en todo. Con el pensamiento cautivado por la idea de ser de nuevo deseada, llegó a Montevideo, casi en un suspiro. Iluminada por los destellos del Río de la Plata en sus ojos verde aceituna. Decidió probar suerte. Por qué no, pensó. Pero la fortuna distaba mucho de ser una aliada. Uruguay no es nada guay si la alineación planetaria no está de tu lado. Ya se lo decía el horóscopo. No te guíes por impulsos o recibirás un golpe de los que te dejan tibia ¿Puede una gaviota entender las sutilezas de la humanidad? Se entregó sin miramientos a los encantos de un albatros marinero, enroscada en sus fuertes alas por aquello de paliar los brotes de dolor que aún bullían en su interior. La calidez poco habitual de aquel viril espécimen de ala robusta le hizo creer durante un segundo que estaba ante su salvador. Juan era su nombre. "El Gaviota" su apodo. Pero no era ningún héroe forjando su viaje iniciático. Era tan sólo un farsante, el equívoco reflejo en el que mirarse. No hicieron falta promesas vanas ni ojitos encandilados para tocar la tierra. El albatros obtuvo lo que necesitaba y se esfumó en una estela de mentiras tan doliente como el desengaño de haber quedado desplumada y humillada. Michaela lloró mirando el puerto. Las personas parecían no complicarse en exceso mientras cargaban aquel barco con cajas marcadas por un frágil mayúsculo. Como su corazón. como su aliento ¿Sería la vida más sencilla de lo que le parecía en ese momento? Alzar el vuelo era ahora un desafío.
http://www.youtube.com/watch?v=Cg0g-_VaskA
El destino de un mal amor, que viste su alma de negro duelo, ingrato amor... mancho sus alas, ingrato amor macho sus sueños. El cantar de la gaviota -de fondo en la canción del link -, me hacen pensar en Michaela, creo que es una gaviota noble y con coraje, con fuerza y digna, y los GUAY a veces no son del todo guay.
ResponderEliminarTe beso con fervor Mr. Melvin!
FE DE ERRATA: aunque muy macho, sólo..."manchó"
ResponderEliminarMuack!!!
Donde yo vivía antes podía ver las gaviotas volar. Mientras vuelan van graznando, como si se hablaran entre ellas. Las vi destripar palomas, devorarlas, las vi planear y mirarme. Incluso durante unas semanas tenía a una cría de gaviota a pocos metros de mi balcón, pidiéndome comida. Como no tenía otra cosa le empecé dando queso brie francés que corría por la nevera. Le encantaba el queso brie. Cuando se me terminó le dí chorizo. Le encantaba el chorizo. Cuando se me terminó el chorizo fui a la plaza del mercado y en la pescateria pedí un kilo de pescados para gaviotas. Curiosamente no le gustaron. Prefería el chorizo y el brie. Claro, si sus padres destripaban palomas imagino que el chorizo es más parecido a una paloma muerta que a un pescado.
ResponderEliminarUn abrazo, Melvin
ROMEK: En una ocasión me encontré una gaviota herida. Estaba sola y asustada. En la orilla del mar. Su violencia inicial se vio sustituida por una inevitable rendición. En mi casa (Que era la primera como ser independiente) había una terraza, un pequeño paraíso bañado por el sol. Allí le instalé un barreño con agua. Debió captar el objetivo de tremenda instalación, pues se sintió muy cómoda en el nuevo hogar desde el principio. Cómoda y mimada. Le compraba anillas de calamar y palitos de mar. Estaba tan a gusto que empecé a pensar que su rehabilitación iba para largo. Así que me fui a una asociación del medioambiente y planteé la situación. A parte de reírse en mi cara por la lujosa dieta me recomendaron un centro de rehabilitación de animales heridos en el Saler. Así que la llevé allí, no sin pesar, pensando en el curioso cruce de caminos entre dos seres tan alejados. Ella y yo. La bauticé Cuchufleta. Cuando se la di en mano al chico del centro manifestó que estaba muy fuerte para tener el ala rota. Yo sonreí con discreción. Luego me marché. Es curioso como suceden las cosas. Las gaviotas y yo tenemos un extraño vínculo en el tiempo. Me alegra saber que no soy el único. Un abrazo querido Romek.
ResponderEliminarUFF!
ResponderEliminarNo he podido dejar de llorar mientras leiia esta historia la historia de una gaviota o de cualquier personita.
Me ha encantado,
a pesar de que no me gustan las gaviotas.
un beso
XANITA. Bueno, siento si desperté alguna herida, las analogías con gaviotas cominezan a ser sospechosamente certeras. Espero que la tercera parte, arroje más luz. Besos.
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