viernes, 25 de noviembre de 2011

MARIE FREDRIKSSON




Dicen que si existe la química es porque alguien con un don especial decide abrir su piel, sus ojos o sus manos a los poros del mundo. Surgen en consecuencia los inevitables desastres de la atracción, se disparan los sentidos en una hipérbole fantástica de "feeling" desbocado. Cuentan que no es necesario un propósito, ni una búsqueda, que el mero hecho de sentir nos expone a todos en este mercado de frivolidad e inmediatez en el que sólo algunos virtuosos, provistos de un inefable encanto, consiguen cautivar hasta la conquista y la rendición. Idealizar es la consecuencia inmediata a la admiración y supongo que nadie está a salvo de esta verdad. Algo así he sentido contigo, bella dama de cabello andrógino y oxigenado. Desde la primera nota "vestida para el éxito", desde los excesos del pop empalagoso a la pasión exacervada de un corazón roto que busca sus respuestas expiando las penas a modo de canción triste. Algo así he sentido, sí. Algo que no puedo explicar racionalmente sin hablar de química o dulce maldición . El hechizo de una voz es como el embelesamiento que producen las sirenas al gran "Ulises" o la flauta prodigiosa de Hamelín en "los niños" de aquel lugar ... Lo inexorable y profundo de saberse preso, anulado en el pensamiento y libre en la fantasía del imaginario para vivir el encantamiento en toda su intensidad.

Han pasado tantos años desde aquel encuentro, tantos que es inútil el reproche, te perdonaría todo. El sonido gutural de tu sueco natal, el empeño en vivir las mieles de la plenitud aún estando limitada, los eternos silencios y la oscuridad de algunas letras. Y todo por tu voz y todo por esa presencia majestuosa y apacible que me hace pensar en las callejas del Gamla Stan. Hace poco, cuando te vi sobre el escenario, como una sombra luminosa, supe que excusaría cualquier negligencia sólo por el hecho de ser tu quien convence y canta, quien describe esos paisajes a los que puedo viajar sin maleta.
Hace poco lloré por dentro, lloré como lo hacen los niños cuando la fábula desgarra cruelmente el devenir del protagonista de uno de esos cuentos de Andersen, con esa frialdad nórdica aleccionadora y firme pero sosegada e invitando a la vida, a continuar. Me quedo con eso. Cierro los ojos, no hay mayor recompensa que tu voz, musitada, en silencio, bajo la acallada penumbra de la noche. Gracias, me marcho a escucharte, a ver que me cuentas esta vez.


miércoles, 9 de noviembre de 2011

EL ENCUENTRO



MIJAEL: ¿Por qué nosotros?
JANINA: ¿Y por qué no?
MIJAEL: Sobrevivir a tanto dolor debe tener algún sentido que aún no he podido asimilar.
JANINA: Te diré lo que pienso. Creo que somos testimonio vivo de todo cuanto ha sucedido. Ese es el sentido. Y lo más importante no es lo que están a punto de descubrir ahí afuera, sino los pequeños detalles que hemos podido guardar en la memoria y en las retinas. Lo que el mundo nunca sabría si no lo contáramos.
MIJAEL: ¿A qué te refieres?
JANINA: A las experiencias que hemos sufrido durante este largo suplicio que ha sido no poder vivir nuestras vidas. Los dos estuvimos allí, ya sabes de qué te hablo.
MIJAEL: Sí, aunque mi mente lo ha anulado todo. Es como si no existiera otra realidad diferente al aquí y ahora.
JANINA: Baruj Perman, era médico cirujano en Varsovia. Perdió a su mujer e hijos en Treblinka II. Su profesión le salvó del fatídico desenlace varios meses. Tenía la costumbre de medir la temperatura a los más débiles con un termómetro que había conseguido por contrabando en la enfermería. Gracias a su dedicación muchos se salvaron del tiro en la cabeza. Quien tenía fiebre no trabajaba, descansaba en la enfermería y recobraba fuerzas. Quien caía desmayado en la carga de los cuerpos, en la cantera de grava o en los campos de cultivo, no veía la luz del nuevo día. Malka Orenstein y el pequeño Shamir encontraron su particular forma de aislarse del dolor. Ellos estuvieron en mi barracón durante dos semanas, en ese tiempo Malka no perdió nunca el hábito de contar un cuento a su hijo antes de ir a dormir. Recuerdo que todas nosotras cerrábamos los ojos para que la niña de nuestro interior se deleitara y viajara lejos, aunque sólo fuera con la imaginación. Era inevitable sollozar escuchando aquellos relatos. Malka representaba la madre que casi todas habíamos perdido y a la que tanto anhelábamos. Harel Dayan, era un actor homosexual, comunista, judío y polaco. Muchas veces parodiaba su situación haciendo chistes que hablaban de lo miserable que resultaba su vida a los ojos de cualquier nazi. Pero en sus divertidas interpretaciones se mostraba tan sobrio que ejercía en todos un efecto revulsivo de orgullo y entereza. Él se comportó como un hombre honesto consigo mismo. No perdió nunca su sonrisa. También estaba Navit, no recuerdo ahora su apellido, pero sí que todas las noches escribía cartas en las que hablaba de sus impresiones y vivencias. Había encontrado una grieta entre dos tablones del precario suelo, donde depositaba todo cuanto escribía con la esperanza de que algún día sus escritos pudieran servir, de alguna forma, para comprender la masacre. Navit murió con esa ilusión viva. Desgraciadamente todo desapareció cuando desmantelaron el campo. Lea Dresner fue el corazón de Treblinka, una buena amiga y una mejor persona. Renunciaba, sin dificultad, a su ración de comida cuando a alguien le flaqueaban las fuerzas o se mostraba claramente debilitado. La recuerdo vivamente, como un ángel siempre regalando gestos familiares, caricias y abrazos reconfortantes. Lloré mucho cuando se la llevaron. De ella aprendí que a pesar del dolor nunca debía olvidar quién era y que ni siquiera los ángeles son indispensables para quién no sabe amar. Había otra chica que se llamaba Lea, no estaba en mi barracón pero coincidí con ella en varias ocasiones. Era hermosísima y tenía la mirada siempre vidriosa. No se comunicaba en exceso, pero le gustaba cantar una canción judía que hablaba sobre el pueblo liberado. Cuando cantaba era inevitable emocionarse. Puedo sentir el estremecimiento que recorría mi cuerpo cada vez que escuchaba su voz. Aquella melodía se ha adherido a mis huesos como un legado que adquiere significado con el paso de los días.

La vieja comienza a tararear la melodía. Cuando termina el joven está claramente emocionado.

-¿Qué sucede Mija? ¿Te encuentras bien?  

MIJAEL: No es nada. Acabo de encontrar a un ser querido.

JANINA: Quién ¿Lea?
MIJAEL: Sí, Lea Horwitz. Mi hermana.

Fragmento de "La joven del Vístula" Pieza escrita en Enero  2011.

sábado, 5 de noviembre de 2011

THE END




       Mira mis ojos ¡cállate! Mírame a los ojos y dime lo que ves. Sí, tengo los ojos irritados y no, no es de llorar. Trata de no interrumpirme, por favor. Te anuncio que esta es la última conversación que vamos a tener, por lo menos hasta que me reencarne en hormiga. Lo cual es tan improbable como que recuerdes que tengo taquicardias cuando me altero y ahora estoy tan alterada que…¡no me interrumpas he dicho! Estoy tan alterada que roería las uñas de mis dedos hasta llegar al hueso y luego chillaría tanto y tan agudo que tendrían que encontrar una palabra nueva que se ajustara más a mi estado de histeria. No se si me captas.
    ¿ves esa copa de vino? Es de cosecha del 98 ¿te suena? Muy astuto. Sí, el año en que me abordaste en aquel ferry, mientras vomitaba mi sándwich vegetal contra el cristal, para decirme que era un rayo de luz en medio de la tempestad. Bien, pues ese vino de cosecha del 98 será el cronometro que determine el momento en que saldré por esa puerta, justo después de beber el último trago. Como ves, todo nace y muere en ese 98. Ahora brindemos. Intentaré estar menos seria después del trago. No pongas esa cara de sorpresa, no te estoy hablando de nada nuevo. Somos una sombra de lo que fuimos, un reflejo remoto de dos jóvenes envejecidos antes de tiempo, dos mentiras que ya no se encuentran bajo las sábanas. (Riéndose de repente) Perdona, es que has puesto esa  cara de Clint Eastwood con ganas de partirle la cara a una pared… Pero no te enfades, todo empieza por aceptar que llegó el final. Sin rencor, encontrándonos con una sonrisa en cualquier esquina y con ganas de contarnos cosas. Algo infinitamente más agradable que recortar cabezas en todas las fotos que compartimos o amenazarnos mutuamente con borrar la memoria común para ejecutar una venganza sin sentido. (Bebiendo de nuevo) No te engañes. Yo no soy una esperanza para vencer tu miedo a la soledad, sólo soy una excusa para  no caer de ese pedestal que has construido para ti y del que te acojona bajar. No llores, por favor, hago esto por los dos; tu eres incapaz de tomar decisiones, demasiado  práctico quizás…¡No llores, por dios! Está bien, ¿quieres que juguemos a ver quién es más culpable? (comienza a llorar) no pretendo….joder, no tenía que haber venido. No pretendo ser dura contigo, aunque ahora mismo tengo ganas de estrangularte; es sólo que necesito que me grites, que me digas que estoy equivocada, que no te rindas con tanta facilidad... ¿Para que has venido sino…? Agachas la cabeza y lloras. Pobrecito, quieres que te compadezca. Esperas impasible a que beba el último trago, para darle un sentido al abandono, para revolverte en tu propia mierda y atormentar a la primera que se cruce en tu camino... porque aceptaste la derrota antes de despegar los labios. ¿Y yo, qué pasa conmigo?…Regalándole caricias a tus silencios, decorando con armonía cada mala cara, dispuesta a morderme la lengua para no desvelar tus sueños, esos sueños que no existen y que hablan de cosas en las que no participo…¿No te das cuenta, verdad? Soy infeliz, un estado que muy poca gente sabe definir con exactitud…Pero mira mi cara ¿qué ves?… Eso es, nada. Bueno, ya he tenido bastante, me gustaría decir que te entiendo, pero no es así. Lo siento, hubiera preferido cruzarme contigo en cualquier esquina. (Toma la copa y se dispone a beber el último trago. El la detiene con dos palabras.) ¿Qué has dicho?….