miércoles, 12 de enero de 2011

CARTA A CLAIRE.1




    Finalmente un viejo loco, enredado en descubrir dónde está la salida. Tiene su gracia. Veo los sauces donde tantas veces rasgué mi piel de niñez, donde grabé sobre resinas engañosas la voluntad de ser osado ante la adversidad. Soy tan débil como las cortezas que torturaba con soliloquios del "yo" indefenso, esgrimiendo un arma punzante y difícil de utilizar. Soy efímero Claire, un viejo loco que no encuentra el papel que le toca interpretar. Me faltan años de impaciencia para lamentarme más, quizás por eso sea un gruñón, carezco de arrojo e intento suplirlo con parches que duelen menos... Aunque soy irresistible, lo sé. A veces me veo reflejado en caras anónimas tan despiertas que deslumbran y quisiera mutilar su vivacidad porque... porque son la esencia de todo lo que yo sólo he sido en mis ratos libres... "El héroe de un segundo". Mi vida entera vendiendo teorías fundamentadas en la búsqueda del bienestar y amanezco cada día con la misma sensación de masticar el serrín de mis pensamientos. Siento pena de mí, vergüenza  de ser tan cobarde como las confesiones por escrito.


                     

martes, 11 de enero de 2011

ABSENCE


   
    El chico corría sin sofisticación ninguna sobre una elíptica hipnótica. No pensamiento. No sentimiento. Ninguna caricia atrapada tras la oreja, algún verso olvidado entre ropajes de tiempos perecederos. Y allí estaba él, salpicando de pasos el linóleo móvil como quien intenta emancipar su alma de la desdicha y sentir profundamente que el camino tiene un sentido. Desde donde corre con artificiosa cadencia, se divisa un paisaje de los que procuran hacerte olvidar. Parece insertado ahí, una naturaleza muerta en vivo. El chico era luminoso, de ardientes ojos y sonrisa perpetua. Tras las cuencas de los ojos fluían ríos de una tristeza apagada, pero latente en años bisiestos. Hoy es un día de esos; días en los que las imágenes se fugan, sin dejar rastro, a lugares de no retorno que existen tras las flameantes luces del gran astro. La tez yerta y ausente. El pulso de la vida marcando puntos en el cardio. Un coche pasa por delante del chico; al otro lado de la cristalera una mujer conduce cegada y perdida, su rostro está enmascarado por un haz de luz ardiente, plastificado y extrañamente pálido. Una máscara. Un apósito adherido a la faz, una piel ficticia que esconde la verdad desconocida, la que todos intentan ocultar bajo capas de apariencia o desarraigo. La verdad resplandece tras las comisuras de la máscara. Pero esa máscara se ve sólo durante el instante fugaz en que los rayos iluminan la cara de la mujer. Que es también la del chico. La de todos. El coche desaparece y, con él, se esfuman también las quimeras.  El chico piensa que la luz desvela la identidad secreta durante un instante breve, el ha sido testigo anónimo de un secreto viajante al otro lado de la cristalera. Algo en su interior tiembla. Detiene la máquina y olvida las calorías para pensar en quién es y por qué está ahí.