Reconozco que la
globalización merma un poco el
encanto de una ciudad que debiera rezumar "diferencia" y "exotismo" a
raudales. Pero, bien es cierto, que si te alejas de lo que viene siendo la zona candente, céntrica y monumental... encuentras la esencia de la antigüa Bizancio. El comercio constante, el trasiego de viadantes, ciudadanos y turistas buscando el ferry adecuado o
el bus que te deje allí donde nadie
más se atreve a llegar, la vida
inalterable de artesanos, artistas y vendedores de toda índole...
Los olores tienen su peso específico... olores que se alejan del clásico kebab, gofres o castañas tan
profusos como tediosos... y que se acercan más a la vida sin máscara, esa que en ocasiones se perfuma de orín, gasolina o tierra recién mojada por la lluvia y que es tan cierta como las sensaciones que activa en los cinco sentidos. Los colores muy vivos y especialmente representados por el ocre del interior de las mezquitas, el azul intenso del mar y del cielo, el blanco-mármol de los monumentos y el verde de una tierra que esperaba, erróneamente, más yerma... Sí, eso es, olores y colores...
Pues bien...Ha habido un poco de todo; la monotonía del sempiterno recorrido desde Sultanahmet hasta Puente Gàlata nos obligó a salir del manido circuito, casi mecánico, para impregnarnos de otras imágenes y vivencias que mi buen amigo "Manuel" supo recomendarnos tan bien y que le agradezco de todo corazón. Ahí comenzaba el descubrimiento. Hay que perderse, sin duda.
mi atención de forma singular. Por una parte diré que me ha alucinado por completo la
buena convivencia de los Turcos con esa supuesta anarquía que tan injustamente les abandera (no sólo
en la conducción, también en su forma de vivir). A mi me han parecido un pueblo muy bien estructurado, muy social, abierto e integrador. Mucho menos agresivo que el pueblo marroquí (encantador por otra parte) a la hora de abordar clientes potenciales (El zoco de Marrakech me resultó infinitamente más estresante que el Gran Bazar o el Bazar de las especias) y muy al tanto de los bloqueos, lagunas y pérdidas de los turistas una vez dentro
de esa mole de 12 millones de habitantes que es Estambul. Por otra parte me ha resultado muy curiosa la familiaridad y
cordialidad con la que perros y gatos conviven de forma equilibrada entre autóctonos y foráneos (Nunca olvidaré la estampa de un enorme perro cruzando una avenida por el paso de cebra sin alteración ninguna y con el total respeto de conductores y viandantes nada agobiados por la espera) . La razón de esa presencia desorbitada de mascotas autónomas por toda la ciudad guarda relación con una decisión municipal de saneamiento y protección. Todos esos animales están castrados, bien nutridos y con su pertinente chip de control; aunque lo de castrar animales siempre me chirría un tanto, el motivo es evitar una excesiva reproducción y el sacrificio masivo de un sinfín
de criaturas inocentes en un matadero... Una prueba más de lo evolucionado de su cultura... Lo mejor es que fue una medida promovida por el propio pueblo, votada y aceptada por la mayoría. Ahora el pueblo los cuida y se hace responsable de todos ellos ¡Me encanta! Y me emociona mucho poder ver una armonía tal.
Lo del burka ya, es otro cantar... No está generalizado en absoluto...
El pañuelo en la cabeza sí... y normalmente de colores juveniles... Pero suficiente ver a una mujer toda de negro de pies a cabeza (Algunas ni siquiera con la mirada desvestida) para sentir un rechazo inevitable. Es cultural, está claro...pero la amputación de la libertad, esa gran restricción... la vive y asume la mujer a solas. Turquía es un patriarcado, detalle innegable cuando observas que el 80% de los habitantes que viven la noche de la ciudad, son hombres. Hombres creando sus pequeños grupos de charla en la calle donde la mujer no tiene ninguna cabida. El machismo está claramente instaurado, pero el sufragio universal femenino en Turquía fue abanderado y precoz respecto de otras sociedades más, digamos, desarrolladas y democráticas. Una extraña contradicción que no deja de sorprenderme... En las mezquitas, las mujeres atrás y algunas escondidas tras mamparas. Yo no puedo salvar esa barrera cultural...pero Estambul ofrece la posibilidad del respeto hacia opciones que nos resultan alejadas y repudiables. Por lo demás... Un deleite pasear sin más propósito que observar... Espiar a los pescadores en el Puente Galata, refugiarme en la intimidad que otorga el objetivo, comer bocata de sardinas del Bósforo y baklavas, cruzar a Asia, oler a comino, curry y jabones en los Bazares, perseguir puestas de sol, extasiarme con la luz que inunda la ciudad, tomar café turco, caminar bajo la imponente sombra de Santa Sofía... tantas cosas... Quedáis invitados...