martes, 20 de enero de 2009

EMILE



Un gran tipo este Emile con sus grandes dotes de artista de bodevil, dotado de un humor genuino que sólo algunos supervivientes de la guerra mundial pueden desarrollar con el paso de los años, el propio de los que no temen a la muerte y de aquellos que saben prepararse el camino de la retirada aunque sea a base de eternos lamentos. Un tipo sensible capaz de cautivar, con el único diente de su sonrisa despoblada, al más impertérrito de los seres de este planeta, por su finura y su carisma, por el rasgado de sus ojos convertidos en la representación gráfica de un nipón adormilado. Un Gran Señor ese Emile que abandonó con resignación el buen fluir de sus rodillas y acometió, con cierta pericia, el arduo objetivo de manejarse con la mecánica de una silla de ruedas. Un buen nostálgico y amante de la vida sin grandes pretensiones, del campo, de la familia, de sus cuidadas viñas y del festejo, de las canciones que hablaban de emociones vitales y desengaños, de Gloria Lasso; orgulloso de su hija emigrada a tierras extrañas, de sus nietos españoles que tantas veces flirtearon con el arte de sacarle de quicio en el hangar o torturando inocentes gallinas, de su yerno al que tanto respetaba y al que fue a buscar a la estación de Chateauroux...O era Chatellerault? Con el deseo motriz de hacer feliz a su hija enamorada. Un abuelo refunfuñón y dependiente eterno de la mirada de su partenaire, la abuela de la sonrisa contagiosa. Ese abuelo que siempre vi reflejado en el retrato de los abuelitos de la Peste, que tan bien describió Ionesco. A tí Pepé, en la distancia y en la dimensión más espiritual a la que recurro para no quedarme seco de lágrimas, te digo: Je t'aime. Bon voyage mon petit poulet. Nunca olvidaré que un día pensaste que yo era un hombre extraordinario.