lunes, 20 de febrero de 2012

A LA MIERDA II




    A la mierda los aeropuertos sin pista libre, los trenes de escaso tráfico y los ladrones con corbata. A la mierda los bancos que pujan, los polis que empujan y los púgiles que se llenan la bolsa. A la mierda los monumentos forrados de sangre, de sudor o de lágrimas; los momentos vacíos o llenos de nada, las palabras livianas, los sonidos sin repercusión, las catacumbas de cada sueño robado. A la mierda los cimientos de un mundo que se tambalea, las calles cuyas placas recogen algún que otro nombre vergonzante, los homenajes caducos a asesinos y tiranos, las parcelas de tierra subastadas a un futuro incierto, lo embargos de casas, de dicha, de almas. Los "sin embargo" de esta incertidumbre diaria. A la mierda los que capitanean la revolución del silencio, esa que calla y seda las únicas voces que tratan de alzar el vuelo. A la mierda la farsa mediática, la ficción que nos cuentan con tintes de hiperrealismo, esa que nos condiciona sin remedio, inevitablemente. A la mierda los sometidos sin voluntad, los señoritos de guante blanco, los rateros de sangre azul, los cínicos de trajes grises. A la mierda los que defienden derechos a medias, quienes enjuician sin juicio o juzgan con  prejuicios. Los que persiguen a jueces y acrecentan el eufemismo de esta justicia herida de muerte. Los que prometen sin compromiso y los que comprometen nuestra ilusión. A la mierda los pesimistas sin argumentos, los millonarios pobres de espíritu y los que persisten en marcar la piel de su hembra con sello o con puñal. A la mierda mi propia mierda. Esa que, en ocasiones, se niega a desaparecer. Que se marche... Al menos ese es el sentido de esta terapia...

jueves, 9 de febrero de 2012

SIX FEET UNDER


    Algo en mi interior se ha movido esta semana. Sacudido entre la conciencia de "ser "y la inquietud de saberme frágil, en constante evolución. No sé que fue, tal vez escuchar de nuevo una canción de esas que me estremecen o ver la muerte y la pérdida pasando cerquita, acariciar con el frío invernal las paredes del tiempo y verlo desfilar implacable, sin reparos. Echar de menos mis lágrimas.  Huir de febrero. Manifestar abiertamente que necesito a los Fisher...

¿O es esta la consecuencia última de todo este vendaval de sensaciones??? Quién sabe. Tal vez va siendo hora que se produzca el ansiado reencuentro, ese que he ido demorando, día tras día, con la excusa poco convincente de no estar preparado para afrontar una digestión de vísceras e introspección. No tengo la menor duda de su poder terapéutico y revulsivo. Pero me asusta revivir algunos momentos que dolieron y mucho, heridas que descubrí abiertas sin saberlo... Quizás es eso lo que me ha frenado, que se muevan cosas en mi interior, cosas que me comprometan con mis emociones, de esas que te hacen salivar en exceso o diluirte en la taza del w.c. "A dos metros bajo tierra" es, sin lugar a dudas, la serie más de verdad que conozco... Y como este, mi espacio, procura hablar de ese tipo de cosas, de las de verdad, de intentar ser coherente en esta vida ... pues eso, aquí va este post en su empeño de homenajear  al peculiar y mágico mundo de Alan Ball. Quiero transmitir, a aquellos desconocedores de su existencia, una inmersión necesaria en este túnel personal, simbólico, metafísico y extravagante que es la serie, porque en ella, no lo dudéis, hallaréis muchas de las respuestas que andáis buscando. 
Hablar de contenidos está fuera de lugar cuando esta es una invitación al descubrimiento, al viaje iniciático, al reflejo en ese espejo en el que todos nos miramos cuando las dudas inundan la razón.
No es sólo empatía con los personajes, eso sería anecdótico y casi irrisorio al lado de las constantes e infinitas proyecciones e identificaciones que sentí con cada unos de ellos. Evolucionar y crecer, descifrar enigmas tan ciertos, tan vivenciales, reconocer las miserias propias, el lado salvaje, la debilidad y la represión, el deseo, la ira, la pérdida y la despedida... La funeraria rebosa vida y los conflictos se deslizan por sus bisagras, la muerte se nos presenta como un estado abierto al debate en el que cada uno vive y siente en función de sus temores y creencias. Cada capítulo comienza con una muerte (la serie me ha permitido acuñar el concepto: "Muerte a dos metros", cuando escucho el relato de algún fallecimiento surrealista o inverosímil) que sirve como hilo conductor para desmenuzar la psicología y reflexiones de las personas que han sufrido la pérdida del ser querido. Cada pérdida es una camino de no retorno. 



Cada muerte es un aprendizaje para el espectador, que acepta con naturalidad, capítulo a capítulo, las inclemencias del destino y descubre asombrado los recursos que el género humano activa cuando no hay nada que hacer, más que aceptar el final. Alguien me dijo el otro día que "sería   muy recomendable que todo el mundo la viera, para cambiar determinadas actitudes". Y aunque ahora mismo esteis pensando que me pagan comisión los de la HBO, debo deciros que estoy de acuerdo con esa reflexión. Porque mi vida cambió un poquito desde que me emborraché de sus cinco temporadas. Porque me rompí, broté, soñé, creí, lloré, vibré y sentí que hay muchas formas de contar historias, pero ninguna me ha dado tantas emociones, ni tan ricas, intensas y complejas como esta. Disfrutadla. Y contádmelo, por favor.

 










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