MIJAEL: ¿Por qué nosotros?
JANINA: ¿Y por qué no?
MIJAEL: Sobrevivir a tanto dolor debe tener algún sentido que aún no he podido asimilar.
JANINA: Te diré lo que pienso. Creo que somos testimonio vivo de todo cuanto ha sucedido. Ese es el sentido. Y lo más importante no es lo que están a punto de descubrir ahí afuera, sino los pequeños detalles que hemos podido guardar en la memoria y en las retinas. Lo que el mundo nunca sabría si no lo contáramos.
MIJAEL: ¿A qué te refieres?
JANINA: A las experiencias que hemos sufrido durante este largo suplicio que ha sido no poder vivir nuestras vidas. Los dos estuvimos allí, ya sabes de qué te hablo.
MIJAEL: Sí, aunque mi mente lo ha anulado todo. Es como si no existiera otra realidad diferente al aquí y ahora.
JANINA: Baruj Perman, era médico cirujano en Varsovia. Perdió a su mujer e hijos en Treblinka II. Su profesión le salvó del fatídico desenlace varios meses. Tenía la costumbre de medir la temperatura a los más débiles con un termómetro que había conseguido por contrabando en la enfermería. Gracias a su dedicación muchos se salvaron del tiro en la cabeza. Quien tenía fiebre no trabajaba, descansaba en la enfermería y recobraba fuerzas. Quien caía desmayado en la carga de los cuerpos, en la cantera de grava o en los campos de cultivo, no veía la luz del nuevo día. Malka Orenstein y el pequeño Shamir encontraron su particular forma de aislarse del dolor. Ellos estuvieron en mi barracón durante dos semanas, en ese tiempo Malka no perdió nunca el hábito de contar un cuento a su hijo antes de ir a dormir. Recuerdo que todas nosotras cerrábamos los ojos para que la niña de nuestro interior se deleitara y viajara lejos, aunque sólo fuera con la imaginación. Era inevitable sollozar escuchando aquellos relatos. Malka representaba la madre que casi todas habíamos perdido y a la que tanto anhelábamos. Harel Dayan, era un actor homosexual, comunista, judío y polaco. Muchas veces parodiaba su situación haciendo chistes que hablaban de lo miserable que resultaba su vida a los ojos de cualquier nazi. Pero en sus divertidas interpretaciones se mostraba tan sobrio que ejercía en todos un efecto revulsivo de orgullo y entereza. Él se comportó como un hombre honesto consigo mismo. No perdió nunca su sonrisa. También estaba Navit, no recuerdo ahora su apellido, pero sí que todas las noches escribía cartas en las que hablaba de sus impresiones y vivencias. Había encontrado una grieta entre dos tablones del precario suelo, donde depositaba todo cuanto escribía con la esperanza de que algún día sus escritos pudieran servir, de alguna forma, para comprender la masacre. Navit murió con esa ilusión viva. Desgraciadamente todo desapareció cuando desmantelaron el campo. Lea Dresner fue el corazón de Treblinka, una buena amiga y una mejor persona. Renunciaba, sin dificultad, a su ración de comida cuando a alguien le flaqueaban las fuerzas o se mostraba claramente debilitado. La recuerdo vivamente, como un ángel siempre regalando gestos familiares, caricias y abrazos reconfortantes. Lloré mucho cuando se la llevaron. De ella aprendí que a pesar del dolor nunca debía olvidar quién era y que ni siquiera los ángeles son indispensables para quién no sabe amar. Había otra chica que se llamaba Lea, no estaba en mi barracón pero coincidí con ella en varias ocasiones. Era hermosísima y tenía la mirada siempre vidriosa. No se comunicaba en exceso, pero le gustaba cantar una canción judía que hablaba sobre el pueblo liberado. Cuando cantaba era inevitable emocionarse. Puedo sentir el estremecimiento que recorría mi cuerpo cada vez que escuchaba su voz. Aquella melodía se ha adherido a mis huesos como un legado que adquiere significado con el paso de los días.
La vieja comienza a tararear la melodía. Cuando termina el joven está claramente emocionado.
-¿Qué sucede Mija? ¿Te encuentras bien?
MIJAEL: No es nada. Acabo de encontrar a un ser querido.
JANINA: Quién ¿Lea?
MIJAEL: Sí, Lea Horwitz. Mi hermana.
Fragmento de "La joven del Vístula" Pieza escrita en Enero 2011.