
Soy un pecador. Al menos así lo proclaman los designios del cielo. Soy un pecador cuyos pies han arrastrado inexorablemente mi santo culo hasta el confortable banco de una iglesia. Se celebra una misa en recuerdo al padre de un amigo querido. Pero yo no debería estar aquí. Todavía sangran ciertas heridas de mi infancia, creencias que me hicieron confundir bondad con sometimiento. Falacias revestidas de un acaramelado complejo de culpa universal. No me asusta ya la tentación de caer vencido ante un refulgente arrebato de fe, ni siquiera la venida de ese apocalíptico 2012 genera el menor hormigueo en mi estómago. Soy un pecador y estoy sentado en un banco impoluto, destinado a la oración y al ruego, para dar rienda suelta a mi incipiente instinto bloggero. Sí, estoy ávido de materia prima. Libreta en mano, (En realidad una agenda Oxford de color negro y naranja) con mi “Pilot Super-Grip” provocando actividad interna en el cerebro y mis ojos felinos acechando el instante que desencadene todo lo demás. ¡Que comience la fiesta!Suena el inevitable órgano con su letanía altisonante, no veo al organista pero se me antoja barroco, con bigote fino y con pajarita a lunares; es tan sólo una obertura que da paso al predicador. El cura, extrañamente flemático, prorrumpe en su sempiterno discurso sobre la abnegación del fiel ante la cruz ¡Qué cruz! Primeras notas al piano, ¡y hop! intervención del coro; bueno al menos eso pensaba yo antes de detenerme a observar el “Rincón de artista” para descubrir que sólo hay un señor, sobre los 50, con ínfulas de tenor de segunda. Su laringe va a mil y el diafragma, desacostumbrado a tamaña proeza, ha perdido el tono y la dirección… ¡Dios mío! (Perdón, ha sido en vano). La creación musical adopta tintes tragicómicos, me entran ganas de salir corriendo sin una meta, pero decido que aún es pronto. Los amantes de jazz miran al suelo, los de clásica sonríen, y una señora optimista decide aventurarse a acompañarle musitando palabras incomprensibles. Me chirrían los dientes y pienso en córvidos. El señor, al que llamaré Pepe, por su increíble parecido a Pepe da Rosa, sacude los brazos con apasionada intención, su piel adopta el color del tomate de pera y el organista intenta seguirle a la zaga, pero es inútil. Los aires grandiosos del solista aplastan toda posibilidad de brillo a nuestro anónimo piano-man. Match point para Pepe.Grita un bebé de forma estentórea ¡Aleluya! (otro de los clásicos) El pequeño no parece entender de leyes, regímenes, ni doctrinas. Se ríe con estrépito mientras proclama la presencia inmediata de su padre. Todo el mundo sonríe enternecido, mientras la madre apurada saca a nuestra estrella invitada de la escena. ¡Oremos al señor! Otra vez en pie; yo permanezco agazapado para disimular mi actitud de infiltrado y perspicaz periodista. A mi lado un señor, tipo Kevin Spacey de mayor, observa con semblante macilento como el padre expone sus argucias entre carraspeo y flema. Su expresión parece ratificar todo cuanto explica el pastor, pequeños y sutiles movimientos de cabeza que me hacen apuntar el detalle más llamativo de su hierática construcción: ¡lleva unas gafas con lentes abatibles! Permanece inmutable y está tan abstraído que comienza a cabecear por el gran acto de fe. Finalmente cae rendido en los brazos de otra deidad un pelín más pagana: Mr. Morfeo. ¡Ayyyy! Llegó el momento de los testimonios. Varias personas abandonan sus asientos para hablar al rebaño. El sonido del micro es envolvente, la reverb está a mil, supongo que por aquello de abrir la cúpula celestial a Dios. Uno se siente levitando en un mar de palabras. Cierro los ojos instintivamente, desconecto por segundos, es una sensación agradable… De repente escucho una respiración profunda ¿Alguien le dijo al padre que su micro está abierto? Tos involuntaria del ponente, carraspeo profundo y ¡pim, pam, pum! una flema para deleite de todos.¡Oh my god! (Frase ineludible en este contexto) Rumores entre los asistentes, caras desencajadas y el cura que pide paso a nuestro particular dúo de artistas. ¡Genial! El “Adeste Fideles”. Todo fluye en apariencia, el espíritu navideño se hace colectivo y nos hace olvidar el esputo corta- rollos ¡Hosanna en el cielo! Pero ¡Un momento! algo parece ir mal. Pepe duda ojeando a duras penas su partitura, la melodía adopta un tono oscilante; el latín se transforma extrañamente en Suomi y el cura se hace el sueco, se desentiende porque ya tiene bastante con lo suyo. El organista revive con un fulgor que interpreto como revancha, al tiempo que los asistentes cantan también en una extraña mezcla de latín e interrogantes comunes ¿Pero qué coño pasa? Pepe se desinfla mientras se filtra desde una ventana lateral de la iglesia, un nuevo ingrediente, para esta loca macedonia, que en nada ayuda a clarificar el caos. Suena el “Wiki- Wiki”, visualizo a mi vecina (Que lleva chándal fuxia y tacones) bailando street-dance. Me río sin disimulo, me miran con censura. No doy crédito. Nuestro solista sucumbe sin remedio ante las apabullantes últimas notas de “Sam”. Jaque mate del púgil anónimo. Suena un móvil polifónico, descubro con sorpresa que el Señor Spacey ha caído en picado desde su nidito de amor onírico. La intimidad perturbada, estupor, nerviosismo y los málditos dedos como morcillas que torpemente intentan apagar el demonio tecnológico. Una señora espera con estoicismo frente a él, le extiende amenazante un cesto de mimbre tuneado con renos y caperuzas rojas. Éste rebusca en sus bolsillos sin abandonar la misión encomendada y “el padrino” continua transportándonos a Sicilia. Al Fin lo apaga. Aunque me enternece la estampa, me imagino pegándole un puñetazo en toda la cara. Un momento demente como en “A dos metros bajo tierra”. Visualizas, te desahogas, y una fracción de segundo después vuelves a la tierra y nada te parece tan grave. Los móviles, son como los perros sin adiestrar, ellos no tienen la culpa.
Con tanto entretenimiento hemos llegado al final. Mi peor pesadilla en la niñez: “La paz”. Nunca sabía cómo reaccionar cuando se acercaba el fraternal momento. ¿Qué debo hacer? dar la mano, dos besos, un abrazo, un pie, un morreo lascivo y transgresor ¿Por qué no? ¡Hay que actualizarse pardiez! ¿No quieren más fieles? ¿No dice el Papa que el laicismo se instaura a pasos agigantados? Seguro que con mi plan de acción abarrotaba este lugar de vida social. Que me den cancha en el Vaticano.
Finalmente adopto una actitud casi mayestática, doy la mano a mis acompañantes y cierro el cuadernillo por aquello de no forzar la situación ni herir susceptibilidades. Suena el socorrido “Pueden marchar en paz” (Hoy más impetuoso que nunca, el párroco huye a hacerse unas gárgaras de miel y tomillo) camino hacia fuera con la agradable sensación de haber aniquilado todo rastro del pasado. A veces es tan sólo vaciarse, sentir que abres una compuerta que lo arrastra todo. Las ideas recalcitrantes y anquilosadas. La memoria mancillada. Los estigmas ya no están en carne viva, ni lo estarán. Por los siglos de los siglos Amen. Soy un pecador, lo sé.