Dicen que si existe la química es porque alguien con un don especial decide abrir su piel, sus ojos o sus manos a los poros del mundo. Surgen en consecuencia los inevitables desastres de la atracción, se disparan los sentidos en una hipérbole fantástica de "feeling" desbocado. Cuentan que no es necesario un propósito, ni una búsqueda, que el mero hecho de sentir nos expone a todos en este mercado de frivolidad e inmediatez en el que sólo algunos virtuosos, provistos de un inefable encanto, consiguen cautivar hasta la conquista y la rendición. Idealizar es la consecuencia inmediata a la admiración y supongo que nadie está a salvo de esta verdad. Algo así he sentido contigo, bella dama de cabello andrógino y oxigenado. Desde la primera nota "vestida para el éxito", desde los excesos del pop empalagoso a la pasión exacervada de un corazón roto que busca sus respuestas expiando las penas a modo de canción triste. Algo así he sentido, sí. Algo que no puedo explicar racionalmente sin hablar de química o dulce maldición . El hechizo de una voz es como el embelesamiento que producen las sirenas al gran "Ulises" o la flauta prodigiosa de Hamelín en "los niños" de aquel lugar ... Lo inexorable y profundo de saberse preso, anulado en el pensamiento y libre en la fantasía del imaginario para vivir el encantamiento en toda su intensidad.
Han pasado tantos años desde aquel encuentro, tantos que es inútil el reproche, te perdonaría todo. El sonido gutural de tu sueco natal, el empeño en vivir las mieles de la plenitud aún estando limitada, los eternos silencios y la oscuridad de algunas letras. Y todo por tu voz y todo por esa presencia majestuosa y apacible que me hace pensar en las callejas del Gamla Stan. Hace poco, cuando te vi sobre el escenario, como una sombra luminosa, supe que excusaría cualquier negligencia sólo por el hecho de ser tu quien convence y canta, quien describe esos paisajes a los que puedo viajar sin maleta.
Hace poco lloré por dentro, lloré como lo hacen los niños cuando la fábula desgarra cruelmente el devenir del protagonista de uno de esos cuentos de Andersen, con esa frialdad nórdica aleccionadora y firme pero sosegada e invitando a la vida, a continuar. Me quedo con eso. Cierro los ojos, no hay mayor recompensa que tu voz, musitada, en silencio, bajo la acallada penumbra de la noche. Gracias, me marcho a escucharte, a ver que me cuentas esta vez.